28-10-2017

Cecilia Palmeiro en Agencia Presentes

“El activismo fue y sigue siendo para mí la mejor escuela”

Por Paula Bistagnino

Fotos: archivo personal de CP

Doctora en Letras, teórica del feminismo queer, integrante del colectivo Ni Una Menos, escritora, estudiosa de la obra de Néstor Perlongher y activista. Cecilia Palmeiro dice que nunca encajó en lo binario y que durante mucho tiempo se sintió un puto atrapado en un régimen heteronormativo. Cat power, la toma de la tierra,es su primera novela.

Cat Power, la toma de la tierra (Tenemos las máquinas) tiene academia, literatura, activismo y autobiografía. ¿Acaso podía ser otra cosa la primera novela de una teórica activista del feminismo queer que hace carne lo que piensa? Cecilia Palmeiro estudió Letras de la UBA, donde se formó con Silvia Delfino, una de las fundadoras del Área de Estudios Queer.

“Aprendí muchísimo. No había en ese momento cursos de género, y el activismo fue y sigue siendo para mí la mejor escuela”. Desde entonces, cada paso académico se fundió con la militancia y con una vida a ese ritmo, en una búsqueda sinérgica que la llevó a Princeton, Estados Unidos, donde se recibió de magíster y doctora en Literatura Latinoamericana. A Río de Janeiro, donde investigó y escribió “Desbunde y Felicidad. De la cartonera a Perlongher”, sobre la producción de escritores y artistas queer entre los años 70 y 2001 y también compiló la correspondencia de Néstor Perlongher. A Londres a  enseñar teoría literaria y estudios culturales. Y otra vez a Buenos Aires, donde se postdoctoró en Letras. En el medio a San Pablo, y otra vez a Estados Unidos y así. “La novela es un subproducto de mis investigaciones académicas y del trabajo como activista”, dice ella, la autora, pero no la narradora: quien cuenta la historia es Rorro, su gato.

-Pensar en un gato narrador ¿es sólo una búsqueda sólo literaria? 

-La idea original fue de mi director de tesis, Ricardo Piglia. Él me sugirió que fuera escribiendo las crónicas de todo lo delirante de lo que me pasaba mientras estudiaba el doctorado y el posdoctorado. Todas esas experiencias, que incluían muchos viajes de investigación y una vida nómade y alocada entre Nueva York, Buenos Aires, Río de Janeiro, San Pablo y Londres, estaban mediadas por mi convivencia igualitaria con el gato Rorro. Testigo mudo de todos mis disparates, también se mandaba los suyos. Por la vida cosmopolita y desterritorializada que le hice llevar a Rorro, que viajaba conmigo en los aviones y se mudaba de casa y de familia cada tres meses, quise hacerle un homenaje. Quise hacer de nuestra mímesis espiritual una forma de explorar la lengua y poder salirme de mi yo, de mi voz autobiográfica, para pensar el mundo y la humanidad  desde una perspectiva radical. Buscaba pensar la vida a contrapelo de lo humano. Quise traducir a un lenguaje verbal eso que llamo el poder gatuno, su fuerza y su energía y hacer con eso una especie de manifiesto antiespecista.

-Alguna vez te definiste como un puto atrapado en un cuerpo de mujer. ¿Es una construcción o una autopercepción?

-A lo largo de mi vida me fui autopercibiendo de distintas maneras, pero nunca como una mujer cis blanca heterosexual de clase media. Durante mucho tiempo me sentí un puto atrapado en un régimen heteronormativo, o una travesti de nacimiento (mis amigas travestis siempre reconocieron en mí algo de su furia). Siempre tuve dudas sobre mi ser mujer y mi cabida en lo binario. Por momentos me tiento con vestirme de varón; mis compañeras feministas dicen que soy una lesbiana política. Mis amigas maricas dicen que ahora soy lesbiana con novio. Creo que unx se autopercibe de una manera y a partir de ahí se construye, pero tanto la autopercepción como la construcción pueden ser fluidas y mutantes.

Foto: Sebastián Freire

-Sos parte del movimiento Ni Una Menos desde la génesis, pero llegada desde el feminismo Queer. ¿Hay luchas comunes por las libertades y derechos feministas y LGBT? 

-La agenda de lucha antipatriarcal se formula plenamente en el encuentro de las políticas del deseo, nombre con el cual podemos reunir las luchas feministas y por la diversidad sexual (que también me gusta llamar la política de las locas, porque ese nombre nos convoca y reúne a mujeres y queers). Me parece importante pensar a las mujeres en la serie de sujetxs desjerarquizadxs por el cisheteropatriarcado, como sujetxs minoritarios y queer. Esas luchas por derechos y libertades de todxs lxs cuerpxs deben pensarse también en relación transversal e interseccional con las luchas anticolonialistas y antirracistas, y en definitiva, antineoliberales y anticapitalistas.

-Postulaste varias veces la idea de que el activismo no se pelee con la felicidad o que la política no nos amargue. ¿Es posible la consigna de la felicidad hoy en un contexto de retroceso en derechos y libertades?

Hoy más que nunca no debemos renunciar a la belleza y la felicidad, que es en definitiva por lo que luchamos. Los movimientos de pueblos originarios y de afrodescendientes hablan del buen vivir como horizonte. Para atravesar este momento necesitamos fuentes de donde tomar energía e ideas, crear espacios donde podamos desarrollar algo más que la mera supervivencia según las leyes del mercado. El activismo como el lugar donde ponemos en práctica el mundo donde queremos vivir, el arte como el espacio donde lo imaginamos, la fiesta en la que los cuerpos se celebran y se gozan, las amistades políticas donde crecemos, son instancias claves en este momento terrible.

Editorial Tenemos las máquinas

-Uno de los muchos postulados del libro dice “Para la sumisión de la mente, lo primero es la sumisión del cuerpo”. ¿Qué pasa con los cuerpos hoy?

-Los cuerpos son la arena política donde se juegan los conflictos sociales, la superficie de dolor en la que se inscriben la crueldad misógina (cuyos casos extremos son el femicidio y la prisión) y sus múltiples disciplinamientos, pero también el espacio de la rebelión y del placer. Hoy me parece que los cuerpos feminizados estamos en un proceso revolucionario global, el más radical y masivo de la historia, en el que rechazamos las violencias a la vez que entramos en un proceso de devenir mujer. Dejamos de ser lo que el patriarcado quiere que seamos y nos atrevemos a pensarnos como lo que podemos llegar a ser. A través de un proceso de identificación (“blanda”, no biológica) de las unas con las otras, donde reconocemos las opresiones de las otras como propias, y de desidentificación respecto de los modelos sociales de subjetividad que nos ofrece el mercado, erotizamos la política y politizamos la vida.