07-11-2017

Los mejores días en 7:50 a Retiro

Una manera distinta de entender la vida

 

Por Fernando Santillán

 

Antes de empezar a escribir sobre Los mejores días, el libro de Magalí Etchebarne que terminé de leer hace unos días, leí el texto de la contratapa que escribió Inés Acevedo. Acevedo empieza diciendo que son “cuentos sobre mujeres sabias” y eso me llamó la atención, porque a mí me pareció que son cuentos sobre mujeres que se enamoran de los tipos equivocados. ¿Toda mujer se enamora del hombre equivocado? Puede ser, y puede que en entender eso esté la sabiduría de Etchebarne o de su libro, pero no de sus personajes, que no parecen poder hacer nada al respecto. Acevedo destaca una oración que yo subrayé siete veces en mi lectura: “Un hombre, me dijo una vez mi mamá, es un animal pequeño que se ve inmenso.” Y eso parece sabio. Pero la cita viene así: “Algunas mujeres educan a las otras para que en el futuro estas cuiden a sus hombres de sí mismos y reciban con entereza la rabia que despierta eso. Un hombre, me dijo una vez mi mamá, es un animal pequeño que se ve inmenso.” (p. 107) Y eso parece menos sabio.

En otro cuento, la tía del novio le dice a la heroína que “no es fácil vivir con un hombre” y después ella reflexiona: “Cuando aparecen las madres, las tías, las hermanas, es cuando realmente me meto. Como si adivinaran el futuro, guardando el manual de instrucciones del hijo. Pienso que saben antes que nosotros cómo va a salir todo.” (p. 49) Las chicas de Etchebarne andan un poco así, a tientas por la vida, impotentes frente a los actores que son los varones: “papá daba brazadas adentro de una nube, pero la nube y papá estaban dentro de una pecera que nosotras podíamos mirar desde afuera como gigantes, con fascinación, con pánico y con desesperación.” (p. 34) Las mujeres que saben son las otras, las que miran de afuera. Mirando hacia adelante sólo hay intuición: “Debe ser así, como hicieron ellos, que uno arma una familia. Encuentra un suelo y un olor, y se agarra como un bicho a la cosa amada. Más tarde, a todo eso lo llamamos destino.” (p. 47) Y ni siquiera sabemos muy bien qué paso mirando hacia atrás: “A veces el pasado son cajas adentro de otras cajas que uno va abriendo a medida que se las encuentra en la memoria y adentro tiene un mensaje. Pero a veces no hay ningún mensaje, a veces no dicen nada. Y mirar para atrás es como apagar la luz.” (p. 65)

Ese ir hacia adelante a tientas, a intuiciones y corazonadas, tiene algo animal. Un hombre es un animal pequeño que se ve inmenso. A lo largo del libro hay una y otra vez referencias al mundo animal y Etchebarne parece resaltar el lado más animal, menos racional, más intuitivo o instintivo, olfativo más que visual, del ser humano. Vivimos en la oscuridad y, paradójicamente, aunque las mujeres ven un poco más igual están como en el asiento del acompañante, susurrando advertencias al varón. “En el matrimonio, dice mi mamá, las mujeres somos esos hombres en la pista de aterrizaje, haciendo señales, juegos con las manos para que bajen a tierra para que lleguen bien, para que sepan hasta dónde. Una función muy útil y medio suicida.” (p. 74)

 

No me quiero pelear con Acevedo para decir que a mí también me gustó mucho el libro de Etchebarne aunque no veo sabiduría en esas chicas. Quiero decirles, a esas chicas, que se despierten, que dejen a esos tipos que no las quieren bien. Pero quizás si digo que me gustó de una manera distinta a la manera en que le gustó a Acevedo estoy hablando mejor aún del libro, ¿no? Porque el libro es hermoso. Es como un poema de cien páginas en donde vemos pedazos de los corazones humeantes de estas chicas, fragmentos de situaciones de relaciones fragmentadas astilladas desgarradas y todo de una manera hermosa, con metáforas únicas, con una música arrulladora y donde nada se resuelve del todo, y así parece una manera distinta de entender la vida: de nuevo, más intuitiva e irracional, como un perro hermoso.