18-04-2018

Reseña de LOS MEJORES DÍAS en De Leer

LOS MEJORES DÍAS

 

Los mejores días no tienen, no quieren ser un listado de memoria edulcorada. Los mejores días transcurren, en los ocho cuentos de este libro, en una vida observada y curiosa que decide contar lo que nos pasa con lo que pasa.

Los mejores días son un viaje a ese pueblo, a una casa prestada, con ese novio que se va a buscar pan y encuentra un perro.

Los mejores días son las vacaciones familiares cuando la familia es un retal deshilachado que mira paisajes como si ese gesto sirviera para remendar los agujeros.

Los mejores días son un café pésimo en el hospital mientras operan a la madre porque cada uno hace con el dolor lo que puede.

Los mejores días son ese primo admirado en la infancia o la vida junto al río plagada de mosquitos.

Los mejores días son los polvos clandestinos en la cocina de un bar de barrio y un amor contaminado de mentiras.

Los mejores días son una cama gigante y vacía, noches pretenciosas  y comidas excesivas saturadas de alcohol y preñadas de nada.

“Pasamos los días así, con estos juegos invisibles, y protegidos por la rutina de las ceremonias domésticas sin las que no sobreviviríamos. Llenar el tanque, separar la basura, preparar la comida, cuidar la huerta, alimentar a los animales. Rutinas sin las que, él dice, no podría contener al monstruo. 

Cuando llegamos a esta casa me dijo que lo agarrara fuerte. Una noche me dio la mano en la oscuridad y lloró, yo entendí el pedido. Dijo que la razón es como una ruta y la locura es el campo, la pampa, lo infinito después”.

Los mejores días son un desastre, un olor apestoso en la cocina o un vacío que se llena de frases que tienen algo para decir. Los mejores días se escriben en ambientes afilados que te cortan, en frases sin adornos, en descripciones honestas que buscan, como los personajes que transitan estas historias, encontrar explicaciones o tal vez, solo, y como si no fuera suficiente, resistir.