29-08-2014

Las Naves 3 en Con los ojos abiertos

LECCIONES DE CINE: LA PLUMA Y LA PALABRA

Por Marcela Gamberini

Tenemos las máquinas es un gran proyecto editorial. La grandeza radica en la elección de los autores y de los textos y además, en el diseño de los libros que, para esta editorial son “objetos culturales” en sí mismos. En literatura publican autores nuevos, de esos que suelen ser muy buenos y que no tienen la promoción que merece la calidad de su literatura. El circuito que establece Tenemos las máquinas con Julieta Mortiati a la cabeza es alternativo, pero esto no es sólo un vacío gesto modernista, es alternativo porque combina calidad estética en el diseño de sus libros y elecciones rigurosas de textos y autores. Y este gesto es excepcional porque se corre de la norma establecida.

Las naves es una de las propuestas editoriales de Tenemos las máquinas, inspirada enRevólver, la revista alemana que edita Hochhäusler. Las naves es una colección bilingüe de hasta el momento tres libros preciosos sobre cine, donde la palabra escrita se ve sacudida por algunos fotogramas, como un gesto sintomático. Estos libros-revistas son hermosos por su calidad estética, que en estos momentos de desprecio al papel impreso es más que válido y precioso por su calidad académica, teórica, crítica. El cine para Las naves se mira desde  adentro y desde afuera, en su reflexión y en su producción, en su confección artesanal que se debate en confesiones íntimas, en gustos privados y públicos, en conceptualizaciones interesantes y profundas. Directores, críticos, teóricos hablan sobre cine: sobre ellos mismos en sus quehaceres y sobre otros, en sus gustos y en sus rechazos. Todos los que aparecen en Las naves, desde su edición a cargo de Julieta Mortati, Hernán Rosselli, Cecilia Barrionuevo y Edgardo Dieleke alternativamente, hasta los directores, críticos y teóricos que escriben a lo largo de sus tres números son apasionados por el cine, y eso se nota. La pasión, el amor por el cine, ese objeto extraño, cambiante, que como un aleph tiene tantas caras como sujetos que lo hagan o lo miren.

El número uno, Manifiestos, atraviesa la pregunta por qué se filma, las respuestas son lúcidas e inteligentes reflexiones acerca del estado del cine en la contemporaneidad. En el segundo número, Diarios de cine, se desnuda la intimidad del proceso cinematográfico desde la mirada de directores, actores, estudiantes de cine, críticos.

El tercer número, Lecciones de cine (que hoy nos ocupa) es el de reciente aparición y trabaja sobre las famosasMasterclass. Aquellas clases, algunas en forma de conferencias, otras en forma de clases propiamente dichas, que dictan directores consagrados como Víctor Erice, Bertrand Bonello, Nicolás Prividera, Javier Rebollo, Matías Piñeiro, Harun Farocki, entre otros. Distintos, disímiles, sus voces son tan entretenidas como didácticas, empáticas y académicas a la vez, aunque este tándem a veces no sea muy usado. El recuerdo de Erice de su madre a quien considera la originaria de su deseo por el cine como objeto y como producto es entrañable, como son lúcidas sus consideraciones acerca de lo que el cine es. Ante todo para él es un “destino” y una forma de conocimiento, de él mismo y del mundo. También es más que interesante sus reflexiones sobre el cine como una de las formas de la resistencia y de la importancia de la mirada que generamos a partir de las películas. Como su cine, las palabras de Erice son entrañables y conmovedoras y generosamente lúcidas. En el caso de Matías Piñeiro hay mucho de lo pasional puesto en sus palabras. Es la reproducción de una clase sobre Hitchcock, al que admira profundamente y se nota. Hace un desglose de sus ideas aplicadas a su cine, resulta didáctico y persuasivo. Piñeiro es un buen conductor del deseo de volver a ver, ahora con otros saberes, las películas del maestro de todos los tiempos. Bertrand Bonello se revela como más intimo; habla de su experticia como cineasta, su soledad en tanto su ausencia de genealogía y cuenta sabrosas anécdotas de sus películas. La masterclassde Ignacio Agüero es excepcional: cuenta su experiencia como documentalista anclado en su contexto, se cuenta él mismo y a su cine a partir de los cambios y vicisitudes de Chile, su país natal; Agüero hace política a partir de la mención de su admiración por Raúl Ruiz y Patricio Guzmán. Además dice cosas tales como “Lo político en el cine, como en el arte, es hacer aparecer lo que no ha aparecido hasta ese momento, y eso requiere la exploración de nuevos lenguajes que hagan aparecer lo que no ha sido dicho, en vez de reproducir algo que se sabe y se conoce”. El cineasta Nicolás Prividera reflexiona sobre el concepto de “documental”, tratando de definirlo, de anclarlo, de pensarlo. Hay poco o nada de material bibliográfico sobre este género, siempre resbaladizo y complejo. Prividera funciona como un disparador de ideas que nos dejan con ganas y éste, creo, fue el objetivo del autor. No agotar el tema, tarea ciclópea si las hay, sino abrir el panorama a la reflexión y al pensamiento.

Todos los autores que aparecen en este tercer número son más que interesantes, son voces autorizadas, inteligentes, lúcidas destripan el acto de filmar, el de ver y el de pensar el cine y lo hacen con pasión, con amor al cine, con un plus que últimamente está devaluado: la sensibilidad. Tomar la palabra es tomar posición, es decir y a la vez es actuar. Pensar la propia práctica no es tarea sencilla y estos cineastas lo hacen con honestidad.

Los tres números de Las naves destilan lucidez y cuidado estético; se desmarcan de lo puramente académico marcando un territorio único y personal donde los autores transfieren experiencias y conocimientos. Además, para nosotros los lectores-espectadores, son una generosa invitación a seguir pensando las complejidades y las sencilleces del cine contemporáneo, cosa que no es tan usual.

Marcela Gamberini / Copyleft 2014